Creían los antiguos –lo recuerda Eurípides– que a quienes decidían malograr de un modo u otro, los dioses los enloquecían primero. Los griegos concebían la locura como una mezcla de alucinación, desmesura (la hybris) y violencia; origen divino aparte, una buena vieja definición que resiste honrosamente los embates de más modernas exégesis. La locura como antesala de la perdición.
Chávez, animista y militar de breve cacumen y desmesuradas ambiciones, es un buen ejemplo, pues protagonizó antes de su muerte en fecha desconocida una manifiesta fase ante-final de locura: evaporada su ya minúscula sindéresis moral, fue a Amuay a tararearle un "ayayayay, canta y no llores" a una madre que lloraba la pérdida del hijo en el incendio, e imponerles a los sobrevivientes que "la función debía continuar"; poco después recordó a los periodistas que solo él encarnaba la verdad, pero enfureció definitivamente a los dioses al declarar con trágica desmesura que de su tercera reelección "dependía en buena manera el futuro de la humanidad".
De tanto mimetizarse tras la figura de Chávez, el sucesor Maduro pareciera marchar hacia una locura parecida. Dio tempranas muestras de irracionalidad con un pajarillo mensajero del difunto eterno, impone con subida prepotencia una tropical restauración fast track de la ortodoxia comunista, y alucina en su papel de legislador habilitado, conforme al vicio tan latino de creer que para mejorar el mundo basta decretarlo por ley. Ha llegado a promulgar leyes aún sin redactar; una anomalía típica de un país en el que circularon, en diciembre de 1999, hasta cuatro versiones oficiales de la nueva Constitución.
Pero Maduro no es solo un copión de Chávez, como creen malévolos detractores. Tiene sus alucinaciones, prepotencias y desmesuras personalizadas, su manera propia de inmolarse al destino predispuesto por los dioses. Una de ellas anarcoide, infantil y caotizante, consiste en inventar compulsivamente comités, círculos, institutos, sistemas, cuerpos, misiones, operativos, planes y consejos, casi todos controlados por él mismo, que hacen añicos el orden administrativo constitucional del Estado sin estar previstos en la Constitución fáctica o "Plan de la Patria". En las semanas recién transcurridas, Maduro ha dado vida a unidades de batalla Bolívar-Chávez, a círculos de Luchas Populares, comités de Víctimas de las Guarimbas, Gobierno de Eficacia Policial, Instituto Nacional de Combate contra el Cáncer, Consejo Nacional contra la Corrupción, sistema de protección popular para la paz, operativo Cielo Soberano, Consejo Presidencial de la Clase Obrera, Misión Guardianes de la Patria, Plan Independencia 2014, Consejo Presidencial de Campesinos y Pescadores, Gran Polo Patriótico, Gran Misión Agro-Venezuela y un Plan Nacional de Producción 2015-2020 cuya ultramoderna idea-fuerza es "asumir el concepto de conuco como escala de valores".
Algo más añeja, la estrambótica lista oficial del "Subsistema de Paz" no es menos caótica: grandes misiones, misiones bolivarianas, Plan Desarme Voluntario, Plan Patria Segura, Cuadrante de Paz, Patrullaje Inteligente, VEN 911, Movimiento por la Paz y la Vida, escuelas de Formación de Cuadros Socialistas Populares, Gran Misión a Toda Vida Venezuela, Protección Civil, Oficina Central Antidrogas, Universidad Nacional Experimental de la Seguridad, etc.
¿Es gobernable un país así, con ordenamientos administrativos en capas superpuestas y líneas de mando contradictorias e impulsivamente inventadas? ¿Fenecerá el populismo chavista en una colosal bancarrota según perecen, se asegura, todos los populismos? ¿Viviremos un largo e indescriptible caos institucional con más inseguridad y represión, más inflación y destrucciones?
Desde sus hegemónicos medios, los jerarcas del régimen sonríen todo el tiempo ante el país en ruinas y envían a los súbditos en pena mensajes paradójicos: Soy bueno, te conseguí el pernil y las alcaparras de la hallaca; te ordeno que me ames, te ordeno ser feliz.
Némesis espera.
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