El recuerdo
Cincuenta años sin un grande: Juan Gálvez
Por Roberto Berasategui | LA NACION
La estampa de Juancito Gálvez.
Es probable que la vorágine de las agendas colmadas y los abrumados calendarios saturados por compromisos que por estos tiempos marcan el ritmo de las confrontaciones hayan pasado por alto un detalle singular. La memoria es imprescindible para conocer aspectos de nuestra cultura. Porque el deporte también es cultura. Hay personalidades que trascienden la frontera de lo deportivo para instalarse definitivamente en ese sagrado sitio que los ubica el recuerdo popular, la emoción a flor de piel, la sensación que genera transportarse en el tiempo para volver a sentir aquel cosquilleo de otrora y ratificar que aquella sangre alborotada por el fervor vuelve a circular con la misma fuerza.
Hay fechas que signan épocas. Que marcan. Que capitulan. Y es deber recordarlas. Para conocer, para saber y para tomar conciencia de la enormidad de aquellos que forjaron disciplinas y que, a través de sus épicas conquistas, formaron parte de la vida cotidiana de la Argentina. Hoy se cumplen 50 años de la muerte del piloto más exitoso del Turismo Carretera: Juan Gálvez.
Los números lo ubican bien arriba. Con 9, nadie logró tantos títulos como él en la categoría que hoy ocupa un lugar en el Libro Guinness de los Récords por ser la más antigua del mundo entre las que están en actividad, con la imbatible marca de 56 victorias. No hubo ninguno como él. Ninguno.
La multitud acompañaba las atrapantes caravanas de raudos que aceleraban por una tierra polvorienta de una Nación que crecía. Aquel TC que competía en lugares donde la nada misma era protagonista y se adelantaba a Vialidad Nacional, que por entonces se proponía comunicar a un país aún desierto con caminos que, en algunos casos, las carreras habían delineado.
Ante la apasionada muchedumbre que lo seguía en cualquier punto del país con la actividad más federal, Juancito apenas levantaba la mano para agradecer ante las ovaciones. E inmediatamente su cabeza gacha, marcada por la timidez, y el gesto adusto buscaba un anonimato que era imposible de conseguir y la tranquilidad que tanto valoraba. La que creaba en su taller, el lugar donde, al igual que en las carreteras, era donde mejor se desempeñaba. "Yo no entiendo cómo puede Juan trabajar solo en el taller. Sin ruido, en silencio. Yo no puedo. Pero ojito, yo también sé todo lo que le hago al auto. Yo también hablo con el auto y lo entiendo a la perfección". Todo lo contrario a su hermano menor, Oscar, el otro grande, el de las grandes anécdotas, el de los gestos ampulosos, el de la sonrisa eterna, se refería a la personalidad que lo contrastaba.
Pero todos sabían que no había un preparador como Juan. Un grupo de periodistas le hizo la pregunta que todos se hacían cuando el TC era propiedad de Juan. ¿Cuál es el secreto para ganar? Con la serenidad acostumbrado, dijo: "Corriendo a la menor velocidad posible". Ante la sorpresa, explicó: "Esa velocidad la fijan mis rivales. Nunca trato de ganar por mucha diferencia. ¿Para qué voy a malgastar mi auto si no es necesario? Soy enemigo de derrochar lo que tanto me cuesta juntar. Armar un motor significa muchas horas de trabajo para mí en el taller. Mucho sacrificio."
Eran épocas en que las rivalidades deportivas se canalizaban por el River vs. Boca, Ford vs. Chevrolet, los Gálvez vs. Fangio. Nació el 14 de febrero de 1916 en Buenos Aires. Debutó en las Mil Millas del 13 de diciembre de 1941. En realidad, a los 22 años acompañó a Oscar en la misma competencia de 1937, con el seudónimo de "Cito". No era conveniente que los padres se enteraran del apego por la velocidad. "No pensaba en conducir. Como acompañante de Oscar estaba cómodo, pero teníamos el taller cerrado por mucho tiempo y los clientes se quejaban", comentó Juan. Los hermanos Gálvez fueron tapa de la revista El Gráfico en 30 ocasiones, de los más cotizados en la bolsa de la popularidad y de la jerarquización deportiva.
Uno de los libros que mejor relata la historia de la marca Ford, The Dust and the Glory. A Racing History (El polvo y la gloria. Una historia de competición), escrito por Leo Levine, le dedicó un capítulo a los hermanos Gálvez.
Tras recorrer el país y el continente con el épico derrotero a Caracas, Juan tenía una materia pendiente: ganar en Olavarría. Tierra de los legendarios hermanos Emiliozzi, a los 47 años buscó aquello que tanto se le negaba. Ajeno a los consejos que le indicaban que se retirara, Juan estaba obsesionado: "Posiblemente reforme un auto para hacerlo más aerodinámico". Intocable, indestructible, imbatible, Juan todo lo podía. Y allí fue.
Tras un sábado por la noche lluvioso, Olavarría amaneció aquel 3 de marzo de 1963 soleado y ventoso. Algunos creían que se suspendía, pero se largó sobre caminos mixtos, con asfalto y tierra, que se había transformado en barro. En la "S" del Camino de los Chilenos, el Ford dio 6 vuelcos. No llevaba puesto el cinturón de seguridad. Temía quedar atrapado si el fuego, común en aquellos tiempos, invadía el coche. Nadie manejaba como él en esas condiciones. "Cuidado con el barro, que es traicionero", recuerda Carlos Pairetti, que ese día largó en el sexto lugar, justo detrás de Juan. El país, incrédulo, no asimiló la noticia. Era imposible. "No lo puedo creer. De él no lo puedo creer", esbozó Alberto J. Armando, quien fue presidente de Boca, al enterarse de la tragedia.
Una multitud lo despidió en la Chacarita, donde sus restos descansan cerca de su hermano Juan, de Aníbal Troilo, Luis Sandrini, Alfonsina Storni, Agustín Magaldi, José Amalfitani. El mismo lugar donde hoy, como cada primer domingo de marzo, se junta la Agrupación Amigos de los Gálvez, para evocarlos. Como el Turismo Carretera, hoy en la Patagonia, también lo recordará.
Basta con recorrer la Argentina para apreciar cómo las ciudades, pequeñas o ya bien pobladas, recuerdan a quienes fueron sus grandes representantes, los que hicieron popular aquellos pueblos que apenas eran conocidos por sus habitantes. Buenos Aires es demasiado grande. Y quizá por ello se pierdan ciertos detalles. Como éste. Hoy se cumple medio siglo. Juancito se merece mucho más que el recuerdo de sus amigos y del Turismo Carretera. La gran ciudad aún está en deuda.
- Homenaje en su casa
La Agrupación Nacional Amigos de los Gálvez colocará hoy, a las 10, una placa recordatoria en el último domicilio registrado de Juan: Av. Avellaneda 1841, en la ciudad de Buenos Aires
El testimonio de Julio Ricardo: "Me negaba a pensar que había muerto"
"Yo tenía 22 años y era mi primera experiencia como periodista. Le insistí a Luis Elías Sojit para participar de la transmisión automovilística en radio Libertad. Así accedí a un mundo fascinante. Los Grandes Premios, el TC hacía patria por esos tiempos. El día de la muerte de Gálvez en el Camino de los Chilenos, en Olavarría, fue la imagen más terrible que observé, la más difícil de contar, de relatar en vivo y en directo. Yo lo veía desde el avión de la transmisión. Lo seguía a él, porque siempre marchaba primero. Justo en ese momento Sojit me dio el pase y recuerdo lo que dije: 'Faltan 400 metros, Juan frena, para, gira, da la vuelta.' Y ahí me quedé mudo. Vi todos los vuelcos. Cuando lo vi sentí que era como cuando jugaba con los autitos y salían disparados por un golpe con una piedrita. Aterrizamos en una estancia cercana y fuimos al lugar. Me negaba a pensar que había muerto. Lo subimos al avión para trasladarlo, yo me quedé en el lugar. Ese momento se asemeja a una nota que le hice a Salvador Allende o cuando supe en Dallas del doping de Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos 1994. Pero lo de Juan fue el acontecimiento más terrible que me tocó cubrir.".
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