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miércoles, 2 de mayo de 2012

CARTA DE MONSENOR EDUARDO HERRERA RIERA AL COMANDANTE

*El honorable y convaleciente prelado asume que la prédica del odio y la violencia tiene que ver con la sangre que diariamente corre por nuestras calles y exhorta al Presidente a corregir las fallas en su gestión gubernamental.

*En una seria, contundente, extensa, valiente y profética misiva pública, el primer y ahora obispo emérito de la Diócesis de Carora, monseñor Eduardo Herrera Riera, hace una serie de cuestionamientos a la gestión del jefe de Estado venezolano.

*El convaleciente pastor cree que la autoridad nacional se ha dejado llevar por su soberbia y es responsable de la desatada y peligrosa violencia que vive el país.

A continuación, la carta enviada a la redacción de este medio.

Carora, 9 de abril de 2012

Señor Comandante

Hugo Chávez Frías

Presidente de la República

CARACAS.

Señor Presidente:

Se dirige a Ud. este anciano Obispo Emérito de Carora con 84 años a cuesta, que además padece las graves consecuencias de un fuerte tratamiento de quimioterapia y de radioterapia, que me han dejado extremadamente débil por haber rebajado 16 kilos de peso. Soy como un esqueleto ambulante, que no se puede movilizar por sí solo, llevándome siempre en silla de ruedas. Todo eso me da la seguridad de que mi muerte está muy cercana. De todo esto podrá deducir la sinceridad y el sano deseo que me mueven para hablarle con la mayor claridad...

Hay una frase de Jesús en el Evangelio, que por cierto la acaba de citar el Cardenal Urosa en Televisión, que dice: "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre Celestial". Ud. ha dado diversas demostraciones de fe y de confianza en Dios, llamándolo "Diosito mío", abrazando y besando Crucifijos, visitando el Santuario del Santo Cristo de La Grita y muchas otras cosas por el estilo. Si todo eso se hace con sinceridad, es muy laudable y se lo aplaudo; pero, lamentablemente, eso no basta para recibir el perdón de Dios y entrar en el Reino de los Cielos. Es estrictamente necesario, además, reparar el mal y las injusticias que se le han causado a las personas y a las instituciones, y que Ud. llevado por su soberbia, las ha cometido en innumerables ocasiones. "El gran pecado" llama la Sagrada escritura a la soberbia, y eso fue lo que llevó al bellísimo y poderoso Arcángel Luzbel a rebelarse y querer emular el poder de Dios, alzándose contra Él, junto con un grupo de ángeles que le siguieron en su loca empresa. Pero Dios envió contra ellos al poderoso Arcángel San Miguel, que les presentó batalla y los venció enviándolos a los terribles y eternos sufrimientos del Infierno. Desde entonces Luzbel, que ahora se llama Satanás y que no ha perdido sus dotes de inteligencia y poder, no cesa de trabajar por llevar a su Reino a todos los humanos que desprecian el infinito amor y misericordia de Nuestro Padre Dios.

Como le decía, Señor Presidente, Ud. ha cometido muchas y muy graves injusticias. Solo para recodarle algunos casos más emblemáticos: La injusta prisión de la Dra. María de Lourdes Afiuni y la de los tres Comandantes de la policía; y así como ellos, innumerables casos más que han hecho sufrir muy gravemente a ellos y a sus familias. Todo eso debe y puede ser reparado con una orden suya, que estoy cierto se cumpliría de inmediato de abrir las puertas de las prisiones a todos los presos políticos y, además, las puertas del país a todos los exiliados que se han visto obligados de abandonar su patria huyendo de las casi seguras represalias que Ud. les causaría.

Otro gravísimo pecado que Ud. ha cometido, Sr. Presidente, han sido las expoliaciones o robos, como se lo dijo claramente María Corina Machado. Llevado por su misma soberbia. Ud. como Júpiter tronante, decía:" Exprópiese, exprópiese", sin tomar para nada en cuenta las leyes que rigen en esta materia, es decir: un previo evalúo, un acuerdo con el o los interesados y un justo pago de los bienes expropiados. Si Ud. quiere el perdón de Dios debe reparar y pagar sin demoras a los cientos de afectados, bien sean personas particulares o instituciones.

Hay, además, Sr. Presidente, otro mal tremendo que Ud. le ha causado al país: Su inexplicable prédica de odio y de violencia que le han proporcionado a casi todas las ciudades de nuestra patria ese doloroso río de sangre que diariamente corre por nuestras calles. Ud. como Jefe del Estado, es el que tiene la gravísima obligación, en primerísimo lugar, de procurar la paz y la seguridad de los venezolanos, empezando por todo aquel que posea un arma ilegalmente; atacando con firmeza y decisión a todos los grupos violentos, después de un estudio serio realizado y llevado a cabo por técnicos en la materia que los hay muy buenos en el país. Lamentablemente Ud. ha sido muy débil y descuidado en enfrentar ese gravísimo problema. Si no se enfrenta con decisión y valentía a solucionar ese terrible mal, también Dios le pedirá cuentas de su negligencia.

Habría, Sr. Presidente, algunos otros pecados sobre los cuales debería llamarle la atención. Pero no quiero terminar sin hacerle ver su culpa en su inexplicable negligencia de enfrentar con decisión la horrorosa corrupción que asola a Venezuela, tanto es así que muchos piensan en su complicidad en esos hechos. De allí se deriva la venalidad de la mayoría de los jueces que dictan sentencias injustas, muchas veces ordenadas por Ud. mismo, las decisiones tomadas por los altos poderes del Estados que Ud. maneja a su leal saber y entender sin control ni respeto a la Constitución y a las leyes. De todo eso le tomará cuenta Dios, si Ud. no corrige de inmediato esas graves faltas.

Le dirijo esta ya larga carta, públicamente, porque quiero que la lean también sus seguidores. También ellos, si quieren salvar sus almas, tienen la gravísima obligación de pedir con la mayor sinceridad de sus corazones el perdón de Dios y de reparar todas las tropelías e injusticias cometidas.

Como podrá apreciar, mi estimado presidente, le he hablado, quizás con mucha rudeza, pero con el mejor y más santo deseo de que algún día nos encontremos gozando de la felicidad eterna en el Reino de nuestro Dios y Señor.

Atentamente,

+Eduardo Herrera Riera

Obispo Emérito de Carora

C.I. 650.501

"Por mi vida, dice el Señor, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que del malvado cambie de conducta y viva". Ez. 33, 11


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